Isla Norte, Isla sur

Resultó más fructuoso el segundo intento; tardamos una media hora en salir de Auckland y que una chica nos dejara en un pueblo a las afueras.

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El segundo coche que nos cogió fue una chica Sudafricana con un bebe de 5 o 6 meses; En mi preparación del viaje pensé en muchas cosas a las que me vería confrontado, multitud de peligros y situaciones extremas de los que pensaba estar preparado para afrontar… pero jamás me imaginé que me vería en la situación de tener que tranquilizar a un bebé de 5 meses… no sabía que hacer! Empecé a cantarle canciones en francés, a jugar con su sonajero… la situación me sobrepasaba! Finalmente tuvimos que parar para que mamá le diera lo que quería.

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Después de cinco coches llegamos a Taupo al anochecer. Nos dejaron con la mejor fe del mundo delante de un camping carísimo así que decidimos ir andado hasta el camping gratuito… Tardamos unas tres horas en llegar. Pusimos la tienda que Cindie tenía y nos hechamos a dormir, extenuados.

Pasamos una noche corta y fría; al día siguiente nos despertamos en el paraíso; el camping ladeaba un río con patos, con el agua más clara que he visto en mi vida. Andamos hasta el pueblo a por un cafe y comprar comida; decidimos dormir una noche más y disfrutar del lugar; hicimos pues el camino de vuelta al camping por un sendero que ladeaba el río.

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Me quedé sin batería en la cámara demasiado rápido así que no podré enseñaros con imágenes aquel maravilloso paisaje y creedme es una pena. El lago de Taupo es en realidad un volcán gigantesco que desborda en varios ríos por sus costados. toda la zona presentaba una sorprendente actividad geotermal con pequeños volcanes por todas partes, agujeros humeantes en ocasiones no más grandes que una pelota de baloncesto. En Taupo se puede hacer puenting, rafting, paracaidismo… Parece que grán parte del enfoque turístico de Nueva Zelanda consiste en presentarla como un gigantesco parque de atracciones en un entorno natural de espectacular belleza. Nos paramos en una piscina caliente natural; ahí me dejé cuidar por la naturaleza; estuve largas horas alternando entre la cascada de agua caliente y nadando en las aguas frías del río. Para volver al camping seguí caminando por el sendero que desembocaba en un puente por el que pasaba unos rápidos blanco y azul intenso; nunca ví un agua tan clara y brava. Llegué al camping al anochecer lleno de energía y vitalidad.

Al día siguiente conocimos a un muchacho Israelí que nos invitó a café. Me puse a hacer mis ejercicios matutinos y espontáneamente se puso a enseñarme algunos ejercicios que le enseñaron en el ejercito; todos los israelíes pasan tres años de su más impetuosa juventud formándose en el ejercito. Después nos dejó en un punto de la carretera accesible para que pudieran cogernos en autoestop para Wellington. Se paró una pareja de Kiwis majísimos que iban a Wellington ¡directos! Así que en unas cuatro o cinco horas estábamos pidiendo alojamiento en todos los hostales de la ciudad.

Irónicamente había un festival de música con todos los grupos de reggae nacionales; parece ser que los Kiwis son muy organizados así que todos los hostales estaban llenos para esa día, desde semanas antes. Conseguimos por milagro un hostal que tenía jardín y pudimos plantar la tienda de campaña. Montando la tienda, el aire trajo esta canción a mis oídos:


Se ve que el destino quiso que me quedara a las puertas de ver a Fat Freddy’s Drop… Tendré seguramente otra ocasión.

Deambulé por Wellington los siguientes dos días; Es una ciudad interesante, artística, ni muy pequeña ni muy grande, amable y viva. Lo vi claro; Wellington sería la ciudad que elija para mis quehaceres urbanos.

Seguí mi camino esta vez sólo. Crucé el estrecho Cook en ferry y me encontré en la isla sur. Dos días después estaba en Motueka dispuesto a buscar trabajo en la recogida de la manzana.

PD: siento la pobreza de las fotografías. ¡Prometo mejorar la comunicación gráfica a partir de ahora!

Auckland o las puertas del pacífico sur

El vuelo tomó 7h30 de Singapur a Brisbane y 2h30 hasta Auckland. Contrariamente al vuelo de Estambul a Kuala Lumpur, en este tramo no pude echar ojo. Llegué a Nueva Zelanda cansado, con los oídos taponados y con una sensación de ligereza y despreocupación.

Desde que llegué a Auckland  no hice ninguna foto, no sé muy bien porqué. Quizás sea que inconscientemente cambié de lógica y sentí que esta sería mi casa durante un año _se suele hacer más fotos fuera que dentro de tu país_ y dejé de viajar… No sé.

Los primeros días en Auckland los empleé para hacer burocracia; número IRD para poder trabajar, cuenta bancaria, teléfono local, etc. Dormí en casa de Miriam y Miguel (aúpa!) la primera noche, luego intenté dos noches en la casa de una Kiwi (así se les llama a los Neozelandeses) mediante couchsurfing pero resultó poco acogedor; me sirvió por otro lado para ver las casas bajas que pueblan los alrededores de Auckland.

Finalmente me mudé a un hostal al lado de Queen St, calle principal de la ciudad. Aquí conocí a mucha gente, que acababa de llegar como yo, gente que pasaba, gente que se iba… En el hostal se compartía información acerca de posibles trabajos, conversaciones sobre viajes y vivencias en Australia y Asia y por supuesto mucha cerveza y “joda” como dicen en Argentina. La mayoría de la gente, como yo, tenía la Working Holidays Visa, un visado que algunos países _entre ellos Nueva Zelanda y Australia_ dan y con el que puedes trabajar y entrar y salir del país por un año.

El hostal estaba asediado de Chilenos y Argentinos, de lejos la población más numerosa, seguido de Alemanes y Franceses. Después Indios, y anecdóticamente alguna nacionalidad más; un Japonés, un Afgano, un Sueco, un Mejicano, un Peruano. Resulta interesante como se organizan los grupos según la nacionalidad, la cultura o la lengua. Muros invisibles separan a la gente con lenguas distintas, con culturas demasiado diferentes. Los latinos, los alemanes, los asiáticos. Parece ser que entre Latinos y Asiáticos hay algún tipo de semiracismo. En las calles se ven Maoríes, pueblo indígena de Nueva Zelanda y con facciones muy características y reconocibles; gente de las islas del pacífico como Samoa o Tonga y muchísimos asiáticos, Japoneses, Chinos y sur coreanos mayoritariamente, así como indios, generalmente situados en los peores trabajos.

Se convive pero no se vive con; intenté repetidas veces tener contacto visual con asiáticos y en el 100% de las veces no miran y siguen caminando. Por otro lado los amigos que me hice eran Chilenos, Argentinos, Franceses. Conseguí superar la barrera invisible haciéndome amigo de un Japonés, aunque casi siempre resultara difícil entendernos.

Así pasaron 10 días, suspendido en esta ciudad, dejándome mecer por la seguridad que me causaba y con una especie de respeto a adentrarme en las entrañas del país. La primera misión era conseguir trabajo; quería trabajar en el campo, recogiendo fruta; así que me puse a buscar. La temporada de la manzana estaba por comenzar, el primer destino sería Hastings, una pequeña ciudad situada al este de la isla Norte.

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Preparamos la salida con un Chileno que también quería buscar trabajo allí, y nos pusimos a hacer autoestop a la entrada de la autopista. Estuvimos más de tres horas sin éxito, así que volvimos al hostal. Al día siguiente una chica francesa bajaba a Wellington a buscar trabajo.

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La otra zona que había visto interesante para trabajar era Nelson, situado en el norte de la Isla sur.
A la isla sur se accede o bien por avión de Auckland a Christ Church, o bien en ferry desde Wellington.

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Decidí pues probar suerte bajando a Wellington con Cindie.

A pesar de todo conseguí hacer este video de Auckland para que os hagáis una idea de lo que puede ser un paseo por esta ciudad.

Un día en Singapur

¡Ya sé hacer panorámicas con la cámara! 🙂

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Desde Kuala Lumpur cogí un autobús hasta Singapur un día antes de que saliera mi avión para Nueva Zelanda.

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Separado del territorio Malayo hace unos 50 años, esta pequeña ciudad-estado se desarrolla rápidamente y es considerada junto con Hong-Kong, Taiwan y Corea del sur uno de los cuatro tigres asiáticos.

Esta es la casa de mi huésped Pierre Fel, amigo de amigos y que tuvo la gentileza de abrirme las puertas de su casa, y esperarme hasta tarde para charlar con una cerveza!

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Al día siguiente me dejó su bicicleta,

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me paseé con ella por el jardín botánico;

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y luego me adentré en la ciudad.
Vestidos todos a la última moda europea y americana, Singapur es conocida por ser como diria mi huésped, «a souless place», un lugar sin alma; No se si llegaría a decir tanto, ya que solo pasé unas horas, lo que no cabe duda que es un territorio entregado al capital y que este está visible en casi cualquier rincón. Mucho extranjeros vienen aquí a trabajar en el mundo de los negocios (ese trabajo que consiste en hacer mucho dinero) , les pagan la casa y un buen sueldo, trabajan como locos y los pocos momentos libres que tienen viven como reyes. no existe nacionalidad ni religión, todos rezan e hizan la bandera del dinero como aparente factor unificador. Muchas grandes fortunas han decidido instalarse en Singapur ya que tienen ventajosas condiciones fiscales.

Americanos, Chinos, Europeos, Arabes y toda una mezcla multicultural se pasean por Orchard Street, calle donde las marcas occidentales de alto standing lucen orgullosas.

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Sólo faltan a la cita los paises africanos _vi tan solo dos o tres negros_ gran olvidada de los asuntos del mundo. Es como si de alguna forma Singapur fuera un fiel escaparate del poder económico mundial.

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Os dejo esto foto desde el avión a ver si adivináis a qué país pertenece este desierto 🙂

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Malasia: Kuala Lumpur y Taman Negara

No sabía demasiado acerca de este país hasta que mis incansables búsquedas en internet le dieron la medalla de país de tránsito más barato para mi viaje a Nueva Zelanda.

Después de 10 horas de viaje con Turkish Airlines desde Estambul llego a Kuala Lumpur.

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6 horas de diferencia horaria, paso de invierno seco a clima tropical bochornoso… Sobra decir que mi cuerpo estuvo dos o tres días recolocándose.

Allí me encontré con mi hermano;

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el estaba en indonesia y no habíamos podido vernos antes de que yo saliera de Madrid así que decidió tomar un avión y hacer este trozo de viaje juntos.

Usamos couchsurfing para el alojamiento; era la primera vez que lo usaba y solo mande algunas solicitudes; un día recibí una invitación de este adorable señor:

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Que decir de Anthony Joseph? No se para que le sirven los otros miembros del cuerpo ya que solo usa sus piernas y el corazón. (bueno la boca y el estomago también) Nos acogió en su casa como si fuese nuestra, nos llevó a hacer excursiones, organizaba quedadas con otros miembros de couchsurfing, nos hizo de comer ¡ Y nos daba abrazos todo el rato! Esta es su casa:

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Este país representa una particular mezcla de sabores. Tropical, de mayoría musulmana (con leyes durísimas en relación a los homosexuales y a las drogas, por ejemplo) desarrollado, asiático y con una inmensa comunidad india y china, presente desde varias generaciones. Según una conversación con un indio-malayo amigo de AJ, el país tiene un arraigado racismo institucional en relación a estas comunidades; los malayos “puros” tienen un descuento de un 30% o 40% a la hora de comprar una casa, un descuento similar a la hora de comprar un coche y no se qué privilegios más. Parece ser que cinco generaciones no son suficientes para considerarlos Malayos y son considerados, cuidado con esto, la raza aparece en el chip del DNI, chino-malayo o indio-malayo. Pese a todo, parece que Malasia tiene buenas condiciones para poder vivir en ella; salió mejor parada que muchos de los mercados asiáticos después de la crisis del 97, y tiene varias industrias bastante desarrolladas; es país productor de petróleo, ha plantado hectáreas y hectáreas de palmeras para el aceite de palma, se ha desarrollado la producción de aparatos electrónicos y tiene un turismo muy fuerte. ¡ Y hablan muy bien inglés!

Aunque a nivel medioambiental deja mucho que desear (pocos países se portan bien en este aspecto), parece que su crecimiento y estabilidad económicas están bien aseguradas, dentro de la inestabilidad que reina en las economías mundiales.

Después de la cena y la conversación con Dave amigo de nuestro huésped, nos lleva a casa con su coche y en el camino pone una canción católica mejicana “cuando levanto las manos” o algo así. Mi hermano y yo nos miramos, divertidos; los caminos de la globalización son imprevisibles.

Confundido por el viaje y tan bochornosa mezcla, al día siguiente nos adentramos por las calles de Kuala Lumpur. Los templos chino e hinduísta cerca de Chinatown parecían sacados de una escenografía barata; sinceramente de escaso interés, si no es para comprender la presencia de estas dos comunidades en el país.

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Kuala Lumpur es una ciudad grande, moderna, en proceso de construcción constante, con niveles aceptables de caos y tráfico.

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No tengo mucho más que decir ya que fueron pocos días y últimamente tengo un ligero rechazo a las grandes aglomeraciones.

Lo más impresionante y la mejor decisión que tomamos mi hermano y yo fue ir a la selva tropical de Taman Negara 400 km al norte de KL y en el centro de la península Malaya.

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Si bien estuvimos solo una noche y un día, me quedé con la sensación de inmenso respeto por esos viejos y frondosos arboles y con ganas de ver más animales de la población de aquel bosque; entre ellos se encuentran monos, por supuesto, lagartos gigantes, elefantes asiáticos, tigres, cobras, osos hormigueros, jabalíes, por no hablar de todas las clases de pájaros e insectos que con sus sonidos imponían su invisible presencia. Os dejo un video para que os hagáis una pequeña idea. ¡Pónganse los cascos que sino no escuchan!

Partida y Estambul

Lo último que vi de Madrid fue la sierra cubierta de nieve blanca y bosques azulados en sus flancos. Siguió con sorprendente rapidez Valencia y el mar Mediterráneo, Mallorca y Menorca, Cerdeña, Italia, Grecia y Albania.

Llegando a Estambul anocheciendo, imponentes embarcaciones descansando en las negras aguas del Bósforo. También  pude ver ese puente cargado de simbolismo que une los continentes Europeo y Asiático. Me encantan los símbolos. Nunca antes había estado tan al este y me disponía a pasar una noche y un día en Estambul de tránsito a mi viaje asiático y oceánico; no podía ser de otra manera.

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La primera impresión que tuve, en el aeropuerto fue de escasa amabilidad y pésima recepción al turista. Nadie en el puesto de información turística, una empleada del puesto de información visiblemente apresurada en despacharte para seguir con la conversacion desde su teléfono movil; no wifi libre. Consigo encontrar un autobús que lleva a la plaza Taksim por un precio razonable. En el viaje de autobus conozco a James, un Iraní afincado en San Diego y de tránsito también, dirección Moscú para visitar a su hermano. No tenia nada organizado así que le invito a que venga al hostal de backpackers que me habían recomendado. Ambiente internacional y bastante bueno, esquivo una propuesta de salida a bares y clubs de la ciudad y me voy a descansar.

Después de un desayuno turco de pastelería y té me pongo en marcha. Dirección a las mezquitas, paseo por la zona comercial, una especie de calle Preciados con todas las transnacionales de ropa que se encuentran en todas las grandes ciudades del mundo. Difícil por mi parte no hacer la comparación con Marruecos, aún Rabat, ciudad grande pero que presenta esos detalles que consideraba característicos en países musulmanes; el caos, los fuertes olores a especies y podredumbre, pequeñas callejuelas y una mezcla extrema entre amabilidad y agresividad.

Estambul por su parte es una ciudad con matices europeos. Gente de negocios con traje, calles anchas y llenas de iconos típicamente occidentales ingeniosamente fundidos con estética musulmana, sobre todo en cuanto a la imagen de la mujer se refiere.

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La ciudad esta plagada de mezquitas todas ideadas por el mismo genio y que otorgan a la ciudad un paseo exquisitamente refinado.

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Añádase un delicado esmero por parte de sus comerciantes de presentar sus productos con un especial cuidado en la composición, las formas y los colores; la comida y la artesanía entra por los ojos y su exposición constante invitan a tender un billete y llevarte al paladar o al bolsillo un pedacito de ciudad.

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